Cuando en 1885 Carl Benz patentó el Benz Patent-Motorwagen, el primer vehículo a motor de la historia, no pensó en ponerle parachoques. Ni el diseño del coche, que básicamente era un triciclo con ruedas grandes equipado con un motor de combustión interna, ni la perspectiva de que pudiera chocar con otros vehículos, hicieron prever al pionero alemán de la automoción la necesidad de incorporar una pieza que ha influido decisivamente en la evolución del diseño y la seguridad de los automóviles.
Los primeros parachoques de los que se tiene noticia los instaló en 1897 el fabricante checo Nesselsdorfer Wagenbarr-Fabrïksgesellschaft, con un objetivo exclusivamente estético.
El ingeniero británico Frederick Richard Simms fue el primero que, en 1901, contempló la posibilidad de que los paragolpes cumplieran un papel en la mejora de la seguridad. En la patente de 1905 de lo que bautizó como buffer establecía que su propósito era “prevenir daño a los faros, retrovisores, radiador y otras partes del vehículo que deberían ser las últimas en colisionar con un obstáculo y también para proteger a las personas o vehículos en la carretera”. Detallaba, además, que debía ser fabricado “de una forma similar a la usada en los pneumáticos, o de caucho macizo o cuero relleno”.
Los fabricantes, sin embargo, no parece que tuvieran muy en cuenta sus especificaciones. A medida que la comercialización de los nuevos vehículos motorizados se iba extendiendo, les agregaron unas tiras de acero en la parte delantera y en la trasera. Los coches de finales de los años veinte eran pesados y peligrosos, y para protegerlos mejor aquellas finas tiras metálicas pasaron a ser barras dobles de acero unidas por dos largueros.
El parachoques como seña de identidad
En los años treinta y cuarenta, las compañías automovilísticas empiezan a explotar el potencial estético del parachoques. Lo integran en la carrocería, le dan más presencia y juegan con las formas, de modo que acabará convirtiéndose en un elemento clave para dotar de personalidad a los vehículos.
Los grandes, pesados y brillantes parachoques cromados se convierten en una seña de identidad de las marcas norteamericanas, que durante la década de los sesenta siguen explorando sus posibilidades de diseño. Así, incorporan al paragolpes rejillas, iluminación e incluso tubos de escape traseros.
El primer parachoques plástico lo incorpora General Motors al Pontiac GTO de 1968. Se trataba de una pieza de un material elastomérico al que llamaron Endura, del color de la carrocería, y diseñada para absorber impactos a baja velocidad sin deformación permanente. El Barracuda Plymouth (1970-71) incorporó parachoques similares. Otras compañías habían añadido tacos frontales de caucho sobre las barras metálicas para amortiguar los impactos.
La entrada en vigor de los Federal Motor Vehicle Safety Standards and Regulations, en 1973, significó un antes y u después para la industria automotriz norteamericana, pero también para todas aquellas marcas que exportaban sus vehículos a Estados Unidos.
Entre otras cuestiones, la normativa estipulaba las dimensiones de los parachoques y su función de seguridad, que debía evitar que los coches sufrieran daños en el caso de una colisión frontal a menos de cinco millas por hora.
Todas las empresas de automoción tuvieron que adaptar el diseño de los modelos en circulación, cosa que hicieron con desigual acierto estético, tal y como relata el didáctico reportaje The Bumper Cars (Hagerty, 2015). Con los modelos nuevos, en general, los ingenieros hicieron un mejor trabajo y, en cualquier caso, lo que consiguió la regulación fue que la industria automotriz norteamericana situara la seguridad de las personas entre sus prioridades a la hora de diseñar automóviles.
El plástico entra en juego
No les quedaba más opción que investigar en nuevos materiales, más ligeros, seguros y maleables, para que los parachoques quedaran integrados con gusto estético en el conjunto del vehículo. Así pues, el metal cromado fue desapareciendo, por su peso y coste (también influyó la crisis petrolífera de 1973), y el plástico empezó a ganar protagonismo.
En Europa, donde los paragolpes nunca alcanzaron la ostentosidad americana, la experimentación con los nuevos materiales poliméricos estaba más avanzada, de modo que Renault fue la primera en equipar su popular R5 con un parachoques moldeado en plástico, en 1972.
Durante los años ochenta, el plástico se consolida como el componente principal del “escudo” de los vehículos, que evoluciona hasta el punto de que hoy en día, como en su origen, cumple una función estética. El parachoques frontal ocupa cada vez más espacio para albergar los faros antiniebla, las rejillas de aireación, los sensores de aparcamiento…
El moldeado por inyección ofrece innumerables posibilidades de diseño, cosa que permite que el parachoques dote al vehículo de la personalidad que la marca pretende para cada modelo: deportiva, offroad, familiar, etc.
A diferencia de aquellos deslumbrantes parachoques cromados, los actuales de plástico recubren los auténticos elementos que hacen que los coches sean mucho más seguros que entonces: el absorbedor de impactos, la traviesa, los faldones…
Y ahí es donde entra en juego la labor imprescindible de proveedores de la industria automotriz como Knauf Industries Automotive, expertos en la fabricación de componentes plásticos de polipropileno expandido (EPP), cuyas características físicas lo convierten en el mejor material para reducir el peso y mejorar la seguridad de los coches.
Tras un siglo de historia, nada hace pensar que la evolución del parachoques se vaya a detener. ¿Cómo será dentro de veinte años?